La navidad y el evangelio del reino

Youtube: https://youtu.be/XsGeOYF3xZk?si

Al ver el mundo a nuestro alrededor muchos caen en la conclusión de que no existe Dios. Digo, si existiera, Dios definitivamente hubiera hecho un mejor trabajo: no habría enfermedad, ni muerte, ni sufrimiento, ni injusticia, o maldad. Pero a este momento hay miles de niños inocentes mueren de cáncer cada día, otros miles sufren de violaciones y horribles abusos, y la gente de todas las edades sufre con todo tipo de problemas, injusticias, enfermedades y muerte. Además de esto hay aspectos de la naturaleza que, si hubiera una mente inteligente, hubiera hecho mucho mejor: hubiera mejorado el clima, hubiera eliminado los tornados, inundaciones, las sequías, la escasez de alimentos, y el salvajismo de los animales que se comen unos a otros, etc.… Si Dios existiera, definitivamente hubiera hecho un mejor trabajo. 

Pero al mismo tiempo tenemos las sobrecogedoras evidencias de la existencia de Dios: desde el descubrimiento de que el universo tuvo un comienzo; pasando la evidencia de diseño en toda la creación, hasta la contundente prueba del código de la vida en el ADN. En cuanto al comienzo del universo, sabemos que algo no puede venir de la nada, al menos que haya algo inmaterial, eterno, fuera del tiempo y espacio, que le de orígen: lo cual apunta Dios. En cuanto al diseño, vemos cómo las medidas físicas tales como la intensidad de explosión del big-bang, la fuerza de gravedad, las magnitud de las cargas eléctricas de las partículas subatómicas, la composición de la materia, y otros 70 parámetros más, debían estar perfectamente balanceados, a una precisión tal que descarta toda posibilidad de suerte o casualidad, todo para poder generar un universo que sostenga vida. En cuanto a la vida, la célula más simple es un pequeño complejo industrial con pequeñas maquinarias y robots que hacer todas las funciones celulares, la información de ADN contenida en la célula, es tan basta como 3 o 4 enciclopedias Británicas (30 volúmenes), y funciona como un sistema de software perfectamente codificado para formar organismos y regular su existencia. Alegar que la formación de un libro con su historia en su interior escrita de forma coherente y articulada, pudiera ser lograda por medios aleatorios y fortuitos es una locura. Los científicos ateos, conscientes de esto ahora alegan que una raza superior alienígena fue la creadora del ADN e implantó la vida en este planeta —resolviendo el comienzo de la vida en este planeta, pero no en el universo, pues esta incógnita nos lleva inevitablemente nos lleva a Dios, quien escribió el código de la vida… es inevitable.

Pero, si Dios existe, ¿por qué todo esto? ¿Por qué la muerte, la enfermedad, el sufrimiento, la injusticia y la maldad? ¿Por qué hay cosas que no tienen sentido, no “sin propósito”? El evangelio del reino te ayuda explicar porqué las cosas son como son, y porqué son permitidas por un Dios bueno y amoroso. De hecho, el evangelio del reino te ayuda a entender toda la creación: de dónde y porqué surgió todo, porque las cosas son como són, y hacia dónde se dirige todo, y cual es tu rol en todo esto. 

Esto nos lleva al inicio. Después de que Dios hiciera el cielo y los ángeles, él decidió crear nuestro universo y al hombre. ¿Qué tenía en mente cuando hizo esto? El quería (quiere) tener una familia: hijos  espirituales como él, pero con cuerpos físicos, con los cuales pudiera tener una relación amorosa y que replicarán en el mundo físico el reino que Dios tiene en los cielos. Así, cuando Dios creó al hombre, lo creó con el propósito de que lo representara y estableciera su reino en la tierra. Para que esto sucediera era necesario que el hombre tuviera autoridad sobre la tierra, y le fue dada, pero también, y muy especialmente, era necesaria una relación entre Dios y el hombre basada en el amor mutuo.

Esta relación amorosa entre Dios y el hombre sería el corazón y motor que impulsaría todo lo que se hiciera dentro de su reino. No sería una relación como la de un esclavo y su amo, sino como la de un Padre y un hijo o la de un esposo con su esposa (así de amorosa, íntima y personal).

Dios tenía que hacer varias cosas para hacer posible esta relación basada en un amor muto:

  1.   Crear al hombre a su imagen y semejanza para tener comunión con él –La comunión intima sólo da entre semejantes, entre seres que comparten la misma naturaleza, entre seres afines–.
  2.   Darle al hombre voluntad propia para que pudiera tener la capacidad de amar –La capacidad de amar se basa en la capacidad de elegir y decidir–.

 Si le daba voluntad propia al hombre, sin embargo, Dios corría el riesgo de que su anhelada relación con él jamás se llegara a realizar, pues el hombre podría decidir “no amar a Dios”. Pero si no lo creaba con voluntad propia, el hombre no tendría capacidad alguna de amar, haciendo imposible entablar una relación personal con él, basada en el amor mutuo.

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, un ser espiritual con el carácter de Dios, pero además con un cuerpo físico, el cual le permitiría enseñorear y establecer el reino de Dios en la tierra. Dentro de él moraba el Espíritu de Dios, el cual le enseñaba acerca de Dios y los planes que Él tenía para su vida y sus designios para la tierra. El Espíritu Santo era la persona de contacto (el mediador) entre Dios (el Padre) y el hombre; el encargado de guiar al hombre a la realización de su propósito. 

Para que se diera la relación basada en el amor, Dios le presentó a Adán la opción de elegir entre amarlo o no amarlo; por eso le dijo: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” (Génesis 2:16-17 RV1960) Cuando Dios le dijo a Adán que moriría, ambos sabían perfectamente de qué estaban hablando. Adán sabía que si se separa a un ser viviente de su fuente, éste muere (si se separa un árbol de su fuente, es decir, de la tierra, el árbol se marchita hasta morir; un pez fuera del agua muere); por eso cuando Dios le estaba diciendo que moriría si comía del fruto, sabía que se estaba refiriendo a que iba a ser separado de Dios. (El hombre salió de Dios, Dios es su fuente, no la tierra, su cuerpo es el que proviene de la tierra, pero él es un espíritu, al igual que Dios.) Ante esta propuesta el hombre tenía la decisión de amar y quedarse con Dios (vivir), o divorciarse y separarse de él (morir). 

El reino de Dios era este estado de perfección original en el que no había muerte ni enfermedad, y en el que Dios hacía su voluntad en la tierra por medio del hombre, en unión con él. En este reino no había maldad, no había injusticia, sino un estado de perfecta armonía entre Dios y su creación, y entre sus mismas criaturas: los animales no comían animales, todos comían hierbas, el ser humano igualmente no comía animales, sino de los frutos de los árboles.

No obstante, Satanás, uno de los ángeles de mayor rango en el cielo, dirigió a una tercera parte de los ángeles en una rebelión contra Dios y tentó al hombre para causar su destrucción. Con esta tentación el hombre mostró que no estimaba como cosa de gran valor su relación con Dios ni las bendiciones del reino que disfrutaba, así que comió del fruto, tomando así la decisión de separarse de Dios. A Dios le dolió la decisión que tomó el hombre, pero la respetó, apartando su Espíritu Santo de él. Con esto, entro la muerte a la humanidad y el reino de Dios se esfumó de la tierra.

Sin el Espíritu el hombre perdió la habilidad de relacionarse personalmente con Dios, así como toda posibilidad de cumplir el propósito original para el cual fue creado. Ya no podía escuchar la voz de Dios ni recibir revelación acerca de él mismo, de su propósito, o de Dios; ya no podía reflejar la gloria ni el carácter de Dios de forma perfecta. El amor por Dios, que llenaba al hombre y que era la motivación de todo lo que hiciera, fue sustituido por un vacío emocional: la búsqueda de aceptación, valoración, seguridad, amor, propósito.

Separado de Dios, cayó bajo el dominio del diablo y la humanidad adquirió una naturaleza corrupta y pecadora (la tendencia natural a hacer lo malo: opuesto al carácter de Dios) la cual le hacía perder el orden y armonía entre él y su entorno, y los condenába al terrible juicio de Dios, que se revela contra toda impiedad e injusticia (contra todo lo opuesto a su carácter). Podemos ver evidencia de esta naturaleza pecaminosa en el hecho de que todos hemos violado nuestra consciencia alguna vez, todo hemos hecho lo que sabemos que es malo.

Sin embargo, Dios, con conocimiento previo de lo que sucedería, ya había decidido lo que iba a hacer para darle al hombre la oportunidad de volver a él, y al mismo tiempo reconquistar su corazón. Sólo había una posible solución, y ya la había tomado.

Como verás, en su naturaleza, Dios es amor y es justicia. Cuando el hombre pecó, por un momento las dos partes de su naturaleza entraron en conflicto. Por un lado Dios ama en gran manera al hombre y le dolió  tremendamente la separación que hubo entre él y la humanidad; pero aún así, él deseaba el bienestar de los hombres y su deseo de bendecirlos seguía presente porque aún los amaba. Pero por otro lado su carácter de justicia no le permitía pasar por alto las obras malas que el hombre comenzó a hacer por causa de la caída sin que éstas fueran castigadas ¿Cual era la justa condena que el hombre merecía por el pecado? El pecado se debe castigar de acuerdo a la gravedad del delito, lo cual está determinado por el valor de aquello contra lo que pecas, por ejemplo si destruiste un catillo de arena de un niño en la playa merecería una reprensión, si matas o te robas una pequeña mascota como un perro, tal vez una multa, si matas a una corcel pura sangre, podría aplicar la cárcel, si matas a una persona, la pena de muerte o cadena perpetua, pero ¿que condena crees que se merezca el que peque contra el ser cuyo valor no se puede cuantificar? ¿qué condena podría vindicar el valor del único eterno Dios? Ni toda la humanidad que haya existido ni existirá, se igualan a su valor. El valor de todo lo que hay en el planeta, ni el planeta mismo, pudieran compararse con su valor. Ni nuestro planeta con todo lo que hay, ni nuestro sistema solar, ni nuestra vía lactea, ni todas las estrellas y planetas de nuestra galaxia, ni billones de universos, ni el cielo con todos sus ángeles se podrían comparar, ni remotamente, con el valor del Creador Todopoderoso. En su justicia tenía que otorgarle al ser humano una eternidad de tormento en el infierno, separado de Dios.

Y aquí viene el problema: ¿cómo podía Dios conciliar su amor por el hombre y su deseo de bendecirlo con su necesidad de hacer justicia castigando y sentenciando a muerte al hombre por el pecado que éste cometía? ¿Cómo podía reconciliar su amor por el hombre con su justicia? ¿Cómo podía Dios hacer justicia y al mismo tiempo darle una oportunidad al hombre de volver a él? La única solución era que alguien más sufriera la sentencia que el hombre merecía. Pero aún así, si toda la humanidad merecía la muerte, por cuanto todos han pecado, ¿la sentencia de qué persona podría igualar la sentencia que merecía toda la humanidad? ¿Quién podía pagar la condena eterna de toda la humanidad? La única persona que podría equivaler a la sentencia de toda la humanidad era Dios mismo. Puesto que la humanidad salió de Dios, Dios sobrepasa el valor de toda la humanidad y es el único que puede llevar sobre sí la sentencia a muerte que merece toda la humanidad.

Dios sabía esto, por eso antes de que el hombre pecara ya había decidido que daría su vida por amor al hombre. La segunda persona de la Divinidad se despojaría de su gloria y atributos divinos, tomaría forma de hombre y vendría a la tierra en el tiempo señalado para llevar sobre sí el pecado de la humanidad y pagar su sentencia. De esta manera Dios reconciliaría consigo a la humanidad, restaurando su comunión con el hombre, la presencia del Espíritu Santo en su vida y el propósito original para el cual había sido creado. Con este previo conocimiento cuando el hombre pecó, Dios no lo dejó sin esperanza, no lo abandonó, sino que le dió una profecía que revelaba este plan de redención: un descendiente de la mujer vencería a Satanás, salvaría al hombre y traería el reino de Dios de vuelta a la tierra. Este descendiente sería Dios encarnado. 

A esta venida de Dios a la tierra se le conocía como la venida del Mesías (en hebreo), o el Cristo (en griego), “el Ungido” en español (que en pocas palabras significa “aquel en quien mora el Espíritu Santo”). Se le conocía como el Cristo porque en él moraría el Espíritu Santo como cuando moraba en el hombre antes de la caída. El Cristo sería una persona que viviría en la condición en la que vivió Adán antes de pecar; reflejaría de forma natural el carácter y la gloria de Dios, pues el Espíritu Santo moraría en él, tendría plena comunión con el Padre y cumpliría su propósito, salvaría al mundo de sus pecados y restauraría al hombre al propósito original.

Después de que el hombre pecó Dios mató un animal y con las pieles de él vistió a Adán y Eva para cubrir su vergüenza. Con esto Dios les enseñó que un ser inocente vendría y, con su muerte, cubriría los de la humanidad. Así Dios instituyó el sacrificio de animales como recordatorio de esa promesa que se cumpliría en un futuro, y comenzando con Adán, sus descendientes empezaron a ofrecer holocaustos a Dios como muestra de la fe y esperanza que tenían en dicha promesa. Sin embargo, gran parte de la humanidad fue seducida por Satanás a rechazar la promesa de Dios y darle la espalda para hacer lo que es malo y detestable. Todos conocían a Dios, pero a pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. 22 Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios 23 y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles. (Ro.1:21-25) Dios soportó con mucha paciencia su descarrío dándoles tiempo para arrepentirse, pero como estimaron que no valía la pena tomar en cuenta el conocimiento de Dios, él a su vez los entregó a la depravación mental, para que hicieran lo que no debían hacer. 29 Se llenaron de toda clase de maldad, perversidad, avaricia y depravación. (Ro.1:28-29) Trayendo sobre sus vidas la destrucción que merecían según el justo juicio de Dios.

Sin embargo, Dios encontró gente fiel a él y su promesa. Abraham fue uno de ellos y Dios le prometió que el Mesías vendría de su descendencia, la cual llegaría a ser una poderosa nación. Dentro de esa nación escogió a David para que la gobernara, y le prometió que de él surgiría el Mesías, él cual heredaría su trono. 

Mientras llegaba el tiempo de la venida del Cristo, Dios no dejó de buscar al hombre. Desplegó su gloria de muchas maneras con el propósito de conquistar el corazón del hombre y que éste se volviera a él otra vez. A lo largo de la historia vimos su juicio y justicia desplegados sobre naciones y pueblos que persistían en el pecado, resistiéndose a arrepentirse y volverse de su maldad. Asimismo vimos su buena voluntad y paciencia al mandar continuamente profetas para convencerlos de su pecado a fin de que fueran bendecidos y no destruidos. Vimos su santidad cuando otorgó leyes y mandamientos para regir la conducta del pueblo; también su fidelidad y paciencia para socorrer vez tras vez a un pueblo infiel. También vimos su poderío y sus milagros al liberar a una nación entera de la esclavitud, con toda clase de señales y prodigios. Vimos así mismo su soberanía sobre la voluntad de los reyes de la tierra.

En el tiempo exacto el Mesías esperado que traería el reino de Dios de vuelta hizo su aparición. Tal como fue prometido, nació solo de la semilla de la mujer, linaje de Abraham, linaje de David. Sorprendió al mundo con su humildad y sencillez y pobreza, sin embargo, en él vimos a Dios, su amor, su verdad, y su preocupación por nosotros. En él pudimos ver cuánto se interesa Dios por nosotros, que no nos ha dejado solos, ni abandonado, sino que está dispuesto a cargar sobre sí con todo nuestro sufrimiento, pecado y enfermedad para que podamos recibir vida plena y abundante. Tal fue su amor por nosotros que sentenció a morir a su Hijo la muerte que nosotros merecíamos. El enemigo fue utilizado por Dios para este propósito sin que él se diera cuenta. En la cruz, Cristo, en su estado más vulnerable y débil, derrotó públicamente a Satanás y nos libró de su dominio de maldad. Con su resurrección demostró que el realmente era el hijo de Dios que no merecía morir pues no hay pecado en él, y con ascensión a la diestra del trono de Dios quedó constatado que se le ha dado un nombre que es sobre todo nombre, que es el Señor y dueño de todo, pues lo ha comprado con su sangre. 

Con la venida de Cristo, ese reino donde el hombre, en comunión con Dios, gobierna y disfruta de la creación en un estado de perfección, se ha acercado. Aun no vine por completo, pero vendrá en su segunda venida, y prometió a todos los que creen en él que serán resucitados para entrar en él. El ha dado muestras de dicho acercamiento no solo con su resurrección, sino en las sanidades, milagros y en las vidas restauradas y liberadas del pecado y dominio de Satanás: poseídos son liberados por el poder de Jesús,  drogadictos son libres por la obra de Jesús, familias son restauradas, heridas emocionales sanadas, personas sumergidas en la depresión y sin sentido encuentran aliento y una razón de vivir, por la obra de Jesús naciones gozan de libertad y prosperidad. A donde quiera que el reino, en su forma parcial, se establece, da frutos de vida, armonía, paz, prosperidad.

Las muestras de que el reino se ha acercado están se despliegan frente a nuestros ojos, aún así, la gente decide darle la espalda a Dios y buscar soluciones en otro lado, soluciones que no salvan, que no ayudan, sino al contrario, producen malos resultados. Jesús, no obstante, ha dejado a su iglesia aquí para anunciar y demostrar al mundo que el reino de Dios ya está aquí, se ha acercado, y pronto vendrá por completo. Ha dejado a su iglesia para que funja como su embajadora de paz que anuncia al mundo el amor de Dios y llamar a la gente al arrepentimiento para que reciba en su nombre el perdón de pecados y, con ello, el derecho a entrar en el reino que Jesucristo establecerá en toda la tierra… Los que rechacen esta oferta de amor serán destruidos. Pues el dijo: 

“Así como se recoge la mala hierba y se quema en el fuego, ocurrirá también al fin del mundo. 41 El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los que pecan y hacen pecar. 42 Los arrojarán al horno encendido, donde habrá llanto y rechinar de dientes. 43 Entonces los justos brillarán en el reino de su Padre como el sol. El que tenga oídos, que oiga.” (Mt.13:40-43)

Así que la iglesia “Somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios». 21 Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios.” (2Co.5:20-21)

Al igual que al principio, tampoco violentaría la voluntad del hombre, por lo que este rescate estaría a disposición sólo de los que quisieran recibirlo, es decir, los que estén dispuestos a creer que Cristo es Dios, la tercera persona de la divinidad, hecho hombre, que murió por nuestros pecados, resucitó y que su obra en la cruz es suficiente para reconciliarnos con Dios y restaurarnos al orden original.

Sin embargo, muchos rechazan, una vez más, el amor de Dios cuando rechazan la salvación que él ha provisto para la humanidad. Han despreciado el tremendo acto de amor que Dios el Padre demostró al condenar a su Hijo a la muerte que la humanidad merecía. Rechazando la solución de Dios, el hombre ha buscado sus propias soluciones para recuperar lo que perdió con la caída.

En su búsqueda por sentirse justo y aceptado por Dios, el ser humano ha recurrido a la observancia de la ley, mandamientos y rituales establecidos por las religiones institucionales. Pero los mandamientos fueron dados para refrenar al pueblo de su maldad, no para restituirlos al propósito original; la ley jamás podrá quitar la naturaleza corrupta del hombre ni restaurar la presencia del Espíritu Santo en él. Sólo la fe en el sacrificio de Jesús puede santificar al pecador y restaurar el Espíritu Santo en el hombre.

En su deseo de restaurar su comunión con Dios, el hombre ha ideado sus propios métodos o rituales para lograrlo. Unos han buscado la mediación de seres “espirituales” o “iluminados”, otros han buscado a Dios en sí mismos a través de la meditación trascendental, pero la solución para restaurar la comunión con Dios no se encuentra en el hombre mismo sino en Jesús. El arrepentimiento, la fe en él, en su sacrificio y resurrección, es lo único que puede restaurar la comunión entre Dios y el hombre.

En su búsqueda de propósito, el hombre ha recurrido a filosofías y prácticas que dan razones de su existencia, pero que no concuerdan con la realidad que lo rodea; sólo ofrecen la realización en una postrer “fase” o “estado” de la persona, confinándola a vivir en un vacío espiritual y a la frustración en el presente. Cristo y su palabra es lo único que puede dar la verdadera razón de la existencia del hombre y los medios para realizarla, proveyendo los recursos para vivir una vida plena y realizada en el presente.

En su deseo de recuperar el reino, ese paraíso perdido, el hombre ha hecho del Gobierno un ídolo y ha abrazado filosofías como el comunismo que prometen paz, justicia y prosperidad, para solo toparse con la cruda realidad: dichos sistemas sólo producen muerte, injusticia, pobreza y destrucción. La perfección del reino está fuera de su alcance… y solo llega con Cristo.

Ninguna solución propuesta por el hombre puede restaurarlo de las consecuencias de la caída; sólo la provisión dada por Dios a través de su Hijo puede devolvernos la comunión con Él, la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, y el reino de Dios. Rechazar a Jesús, lo que él es e hizo, significa rechazar la única solución que la humanidad tiene.

Tal vez tú has buscado la aceptación de Dios basado en tus propios méritos, o has buscado acabar con tu naturaleza pecaminosa con tus propias fuerzas; quizá has estado tratando de encontrar propósito y sentido en tu vida. Hoy Dios te pide que te des por vencido y dejes de luchar en tus propios métodos y aceptes la solución que él te ofrece y, con ella su amor, para poder recibir todo lo que perdiste por causa del pecado.

Si estás dispuesto a arrepentirte y creer en Jesús, en lo que él hizo por ti, y seguir sus enseñanzas (ser su discípulo), dirígete a Dios con esta oración:

Dios, vengo a ti arrepentido, reconociendo que por mí mismo no puedo restaurar mi relación contigo ni cumplir el propósito para el cual me creaste. Te necesito Dios, te pido que perdones mis pecados. Hoy yo acepto tu salvación, el sacrificio que hizo Jesús por mí en la cruz, como lo único que puede volverme a unir a ti. Gracias por tu provisión. Amen

Si hiciste esta oración sinceramente, entonces has recibido al Espíritu Santo en tu vida, y con él el poder para vivir una vida santa. Pero de poco te servirá ese poder si no renuevas tu forma de pensar. Es necesario, por lo tanto, que busques un lugar donde se enseñe realmente La Palabra de Dios para que seas discipulado. También necesitas comprometerte a leer y estudiar La Biblia en forma personal. Empieza a partir del Nuevo Testamento, Mateo. También, como Dios obra a través de las personas, necesitas congregarte con otros cristianos para que seas fortalecido en tu fe, y en tu caminar con Dios por el ministerio, el entendimiento, el testimonio y la revelación que otros hermanos han recibido. Así mismo será necesario que mantengas una vida de comunión con Dios diaria, que es el corazón de tu vida cristiana.

Todo esto te ayudará a realizar tu propósito. La provisión ya ha sido otorgada, ahora todo depende de ti.

 

[1](Véase Efesios 1:13-14)

 

Alberto Vazquez Botello